Tuxtla Gutiérrez, México, 11 de diciembre de 2021 (AFP) – El guatemalteco Selvín Lanuza caminaba durante tres horas por una carretera mexicana cuando un camión se detuvo para ofrecer conducirlo. Unos minutos después, es testigo del horror: gritos y los cuerpos de los migrantes apilados en la parte trasera del vehículo volcado.
Era la primera vez que el joven de 18 años se había aventurado en el peligroso viaje para llegar a los Estados Unidos como un migrante indocumentado, dejando atrás una vida de miseria como vendedor de periódicos en el condado de Nueva Santa Rosa.
Se había despedido de su familia una semana antes y ahora, en un centro médico de Tuxtla Gutiérrez (capital del estado de Chiapas), revive los momentos de terror que siguieron al accidente del jueves, que dejó 55 muertos y un centenar de heridos. .
“Recuerdo que la gente gritaba cuando el camión giraba y nada más, solo gritos. Nos ayudaron gente de casas vecinas”, dijo este jovencito del centro de la Cruz Roja, donde se recupera de heridas leves.
“Vi varios muertos y otros compañeros destrozados”, agrega Selvín, de pie con voz tranquila, luego del pánico que experimentó en una carretera en Chiapas (sur).
Junto a otros heridos, el guatemalteco, con gorra verde oliva, también recuerda la sorpresa que sintió al subir a la camioneta y verla abarrotada. “Se veían cansados, había unas 200 personas”.
Las autoridades dijeron que unos 160 migrantes, en su mayoría guatemaltecos, viajaban en el vehículo que chocó con un puente peatonal mientras giraba, supuestamente por exceso de velocidad.
En la frontera con Guatemala, el estado mexicano de Chiapas es el principal punto de acceso para los migrantes ilegales, quienes son transportados en condiciones inhumanas por traficantes de personas.
Entre las víctimas de la tragedia también se encuentran ciudadanos de Honduras, México, Ecuador y República Dominicana, según las autoridades.
– Jóvenes víctimas – Selvín guarda una hoja de papel con sus datos personales pegada al pecho.
A su alrededor, en el pequeño puesto de salud, una decena de enfermeras se trasladan de un lugar a otro llevando tranquilizantes a los 33 heridos, en su mayoría jóvenes como Aura Meletz, de 21 años, también de Guatemala.
Un Aura, de baja estatura y cabello oscuro, tenía el brazo izquierdo fracturado y un gran hematoma en la mejilla derecha. Tiene dificultad para hablar y las lágrimas fluyen cuando recuerda el momento en que se estrelló el camión.
Era la segunda vez que intentaba llegar a Virginia, en los Estados Unidos, donde vive una amiga. Tres meses antes, había logrado unirse a McAllen (Texas), pero las autoridades de inmigración de Estados Unidos la habían deportado.
“Solo escuché un crujido y sentí un impacto que nos sacudió. Recuerdo a mucha gente arriba de mí, se desmayó y sentí que me estaba quedando dormida”, dice ella, todavía asustada.
Cerca de ella, otros pacientes permanecen acostados en colchonetas. Algunas con bandas en la cabeza, brazos y contusiones. Gimen y se retuercen de dolor.
Debido a la falta de suministros, algunos ciudadanos de Tuxtla se han organizado para donar algodón, alcohol, suero y aspirina.
“Estamos indignados porque son nuestros hermanos, son nuestros vecinos (…). Nos indignó la forma en que fueron transportados”, dijo Guadalupe Guillén, una de las benefactoras.
Otras personas también asistieron al lugar del accidente para poner velas y orar por las víctimas.
– “Se quedaron como demonios” – La solidaridad se manifestó en el momento de la tragedia. Los habitantes de la zona donde ocurrió la caída se apresuraron a recoger los cuerpos y rescatar a los heridos, a pesar de la terrible situación.
“Los cuerpos eran como demonios, los cráneos salientes, en su mayor parte deformados”, dijo temblando Emmanuel Hernández, de 43 años.
El conductor huyó, según las autoridades, que dijeron que el camión era propiedad de una empresa con sede en México.
Los migrantes heridos habían regresado a Chiapas desde la localidad guatemalteca de Mesilla y permanecieron unos días en la localidad de San Cristóbal de las Casas bajo el cuidado de “polleros” (traficantes), según la Guardia Nacional.
Selvín, sin embargo, garantiza que viajaba solo y que no fue acusado de abordar el camión, aunque los migrantes suelen sufrir extorsiones por parte de las redes delictivas.
Aunque aseguran que en Guatemala “el dinero no paga” y por eso se ven obligados a migrar, haber visto la muerte de cerca significó que Aura y Selvín abandonaran por el momento el “sueño americano”.
Todo lo que quiere es volver con sus padres.
“Me voy a casa. Solo estoy esperando mi deportación para que me envíen a mi país. El miedo era enorme”, dice Selvín.
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