El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) quiere eliminar a los diputados “de partido”, los que llegan al Congreso por representación proporcional. La Cámara Baja de México tiene un sistema de representación mixto conformado por 500 diputados: 200 diputados “partidistas” o plurinominales y 300 mayorías por cada uno de los distritos electorales en que se divide el territorio. El presidente dice que su objetivo es garantizar la democracia. “¿Por qué tantos diputados? ¿Por qué no eliminar a los 200 diputados de varios miembros? ” La trampa fácil: Eliminar a los diputados “de partido” abre la posibilidad de volver al sistema de partido único que conoció México en los años setenta.
La hierba del vecino siempre es más verde
El argumento esgrimido por el partido gobernante es que los parlamentarios del “partido” no tienen suficiente legitimidad democrática. Sugieren responder exclusivamente a sus partidos y sus líderes (“partidocracia”). También dicen que los parlamentarios del “partido” no están vinculados al “pueblo”, como sería la mayoría que debe postularse para ganar votos en sus circunscripciones.
El tema es divertido desde Canadá, donde los partidos de izquierda exigen lo contrario. Piden la abolición de los distritos electorales y la adopción del modo de representación proporcional para todo el país, para que el porcentaje de votos de cada partido se refleje claramente en su porcentaje de escaños en el Parlamento. Su argumento principal es, irónicamente, similar al de AMLO: los 338 parlamentarios, uno por cada circunscripción en la que está dividido el país, no reflejan los sentimientos de la gente. De hecho, el sistema de mayoría castiga a los partidos minoritarios y crea mayorías “artificiales”, que no son ni justas ni democráticas, dicen.
El sistema electoral de cada país responde a su evolución política. En el caso de México, no es exagerado decir que la transición democrática se inició con la introducción de los diputados “de partido” en 1977. Gracias a esta reforma electoral, los partidos de oposición pudieron obtener representación en el Congreso. época en la que el hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI) arrasó todos los distritos electorales. Por otro lado, el sistema de mayoría canadiense es un legado directo de la tradición de Westminster, común a muchos países de la Commonwealth of Nations.
Quien ve caras, no ve corazones
Una mirada más cercana revela que a menudo los políticos que quieren cambiar las reglas electorales están motivados por el oportunismo a corto plazo. En México, el oficialismo olvida que fue uno de los principales beneficiarios del sistema de representación mixta en las elecciones de 2015. Ese año, el Movimiento de Regeneración Nacional de AMLO (Morena) participó por primera vez en las elecciones federales, recibiendo 35 diputados cuando ganó. en solo 14 distritos.
Ya sabemos que el poder cambia a las personas, y ahora que Morena tiene mayoría busca adoptar un sistema puramente cantonal que le permita superar la oposición. Teniendo en cuenta que en las elecciones de 2018, Morena y sus aliados ganaron 218 de los 300 distritos, o casi las tres cuartas partes, bajo las nuevas reglas que ahora aplican, habrían ganado el 73% de los escaños en la cámara baja con solo 46. % de los votos. En comparación, en 1979 el PRI hegemónico ganó el 74% de los escaños en la cámara baja.
Pero hay mucho aire caliente por todas partes. Veamos ahora el caso canadiense y su actual primer ministro liberal Justin Trudeau, quien en 2015 había prometido, en su campaña, una reforma electoral para introducir diputados “de partido”. Ese año, contra todo pronóstico, Trudeau ganó la mayoría absoluta, derrocando humillantemente al Partido Conservador de Stephen Harper. Y adivina qué pasó con tu promesa. Sí, es verdad: la olvidó. Bajo las reglas de representación proporcional, el Partido Liberal de Trudeau habría ganado solo el 40% de los escaños, mientras que el principio de la mayoría le dio el 54%.
Cuanta más cortesía, mayor es el cuidado
Los cambios en los sistemas electorales se presentan a los ciudadanos como una forma de hacer justicia y fortalecer la democracia. Lo cierto es que, según la ley de Duverger, los sistemas de representación proporcional y mayoritaria tienen sus ventajas y desventajas. El caso es que los políticos que buscan cambiar las reglas, de una forma u otra, a menudo lo hacen en su propio beneficio (nadie se dispara en el pie). Como ciudadanos, debemos proceder con cautela. Por supuesto, un cambio en el sistema electoral puede profundizar la democracia, pero solo si las reformas provienen de todos los partidos y no del gobierno.
Hoy, la eliminación de los diputados “de partido” en México abriría la puerta a un sistema de partido único para el deleite de Morena y el descontento de los demás. En el caso de Canadá, la adopción de un sistema de representación proporcional conduciría a un escenario similar al de España, donde la extrema izquierda y los separatistas tienen la clave de la gobernabilidad, mientras que la extrema derecha gana terreno. Y digo hoy porque estos escenarios pueden cambiar. Sin parlamentarios “de partido”, México podría caer en un sofocante sistema bipartidista, como existe hoy en Estados Unidos. Y Canadá podría hundirse en la tragicomedia italiana donde los gobiernos duran meses y, a veces, días.
Lo importante aquí es darse cuenta de que la desventaja no está en los sistemas electorales, porque cada uno tiene sus pros y sus contras. Lo negativo suele ser motivos para intentar cambiarlos. Y aquí hay que tener mucho cuidado.
* Traducción del español por Maria Isabel Santos Lima
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